Una de las etapas más esperadas en la vida de las algunas personas es el matrimonio y con ello la llegada de los hijos. Cuando nos casamos, pensamos que el amor será duradero o como bien dicen: “hasta que la muerte nos separe”, pero lo que nunca nos enseñan es que las personas y las circunstancias cambian tanto que todo este cuento de hadas puede terminar en cualquier momento de nuestra vida. Es aquí donde muchos se preguntan y ¿ahora qué? ¿Qué va a pasar con los niños y el hogar que se ha construido por tantos años?
El divorcio nunca será una decisión fácil de tomar y mucho menos cuando hay hijos de por medio. De hecho, este capítulo es el que nadie quisiera leer de su libro. Algunas mujeres creen que por el bien de los pequeños es necesario seguir con su pareja. Sin embargo, el amor sea precario o inexistente. Prefieren continuar viviendo con su cónyuge, aunque la relación esté rota y luchar por una imagen irreal delante de sus hijos, pero y ¿qué hay cuando ellos crecen y comprenden la realidad?
Ya no hay suficiente amor
Uno de los principales aspectos que generan un rompimiento o un distanciamiento de pareja es la falta de amor. Con los años se empiezan a acabar los detalles de ambas partes, se agotan los recursos para demostrarle al otro que nos importa y vamos dejando que el tiempo decida y se marchita la relación. La falta de comprensión llega y rompe con todos los patrones; empiezan a salir los problemas a la luz.
En muchos casos se tiene la intención de acudir a terapias de pareja para poder rescatar lo que puede quedar de la relación, en este punto es importante que ambos tengan el mismo ideal y que no sea forzado por nadie. Cuando se agotan las posibilidades y se continúa en la falsa convivencia viene la palabra a la que le tememos, la infelicidad, o frustración. Tanto mamá como papá deciden seguir en el hogar para no dañar la reputación de su familia o para que sus hijos no se vean afectados.
¿Felices o agotados?
La felicidad y el amor de pareja dependen de la importancia y la entrega que tenga el uno hacia el otro. Algunos matrimonios viven sometidos al qué dirán, y con ello a todos los chismes y habladurías, sin embargo, no viven el aquí y el ahora. Y es que, la realidad es la que se vive dentro del hogar.
Imposible disimular el amor
La falta de amor no se puede disimular, es imposible arreglar un plato que está roto. Por más esfuerzos que se hagan, a veces la mejor decisión es tomar las riendas de la situación y sacar el mejor aprendizaje sin someterse a una vida infeliz. Los hijos son para siempre, nadie nos quitará ese rol de papá o de mamá, pero lo que sí podemos hacer, es dejar en el pasado a alguien que ya no te aporta nada.
Una buena comunicación puede ayudarnos a terminar la relación en buenos términos con la pareja y darle un punto final a lo que ya no funciona. Si existe el amor propio y se intentó arreglar el cariño roto, pero no se logró, lo mejor es decir adiós, para que nuestros hijos no crezcan en un hogar disfuncional, infeliz y cubierto por una capa de insatisfacción por una mamá y un papá que ya no se aman.